El problema es conseguir una ley que logre abaratar el tratamiento de las enfermedades, y las normas sobre las recetas médicas no son el camino. Es más bien en los laboratorios y las farmacias donde debe centrarse la atención.
Con no poca sorpresa recibieron las autoridades del Gobierno las noticias sobre una indicación de última hora presentada por la administración anterior en el proyecto de ley denominado Fármacos 2. Según se ha informado, la indicación repone la idea de que los remedios se puedan recetar por su nombre de fantasía, pese a que la iniciativa original pretendía obligar a los médicos a prescribir los medicamentos solo mediante su denominación común internacional, es decir, que se abstuvieran de sugerir una marca comercial de un laboratorio determinado.
Este hecho da luces respecto de que los intentos regulatorios del mercado de medicamentos siguen siendo una ardua tarea para los congresistas nacionales. Estimulados por la colusión de las farmacias, descubierta hace diez años exactos, presentaron numerosas iniciativas para perfeccionar el mercado e impedir los abusos a los consumidores, que suelen ser enfermos, debilitados y ancianos, quienes a menudo sufren de males crónicos. Pero los resultados no fueron satisfactorios. Apenas se publicó la ley el año 2014 desaparecieron varios medicamentos de precios bajos y fueron reemplazados por otros con marcas que eran propiedad de cada laboratorio. Molestos, los legisladores comenzaron de inmediato a intentar una nueva regulación, más detallada, que no permitiera subterfugios como los que ellos creían ver en las actitudes de los laboratorios fabricantes.
Los principales puntos en la controversia han sido dos. La venta de medicamentos que no requieren de receta médica en las góndolas de los supermercados ha sido el más prolongado. Pese a la experiencia de varios países y del nuestro, donde tales remedios se venden en las ferias y en los quioscos de todo el país, las farmacias han movilizado todas sus influencias para intentar impedir o restringir esta autorización. El debate se viene planteando repetidamente a lo largo de las cuatro últimas décadas, pero los avances han sido tan limitados que los cambios no han tenido impacto alguno.
El otro punto en discusión es la forma que debe tomar la receta médica. Según lo han intentado los parlamentarios, los médicos debieran solo indicar el nombre genérico o la denominación común internacional en sus recetas, lo que impediría algún arreglo entre ellos y los laboratorios. Pero tampoco se han alcanzado progresos en este terreno.
El proyecto de ley en trámite establecía claramente esta disposición, que en ningún caso será fácil de hacer cumplir y de fiscalizar, pero han surgido dificultades con los medicamentos compuestos por varias drogas, pues cada laboratorio puede disponer de pequeñas variaciones y el profesional querrá indicar una de ellas. No hay forma de lograr que el médico escriba en su receta el nombre y la dosis de cada una de las drogas que componen el medicamento, especialmente si hay uno solo que cumple con los requisitos buscados. Considerando esta situación, la ex ministra de Salud del gobierno anterior presentó la indicación que autoriza a los profesionales a recetar por la marca comercial cuando se trata de remedios complejos, con varios principios activos en dosis diferentes.
Las actuales autoridades no se han pronunciado aún sobre esta idea ni tampoco lo han hecho los diputados que están tramitando la iniciativa. Es razonable que se permita al médico recetar por el nombre de fantasía en estos casos, aunque seguramente serán muchos los parlamentarios que se resistirán a permitirles que conserven esta facultad. Pero el problema fundamental del Congreso es conseguir una ley que logre abaratar el tratamiento de las enfermedades, y las normas sobre las recetas médicas difícilmente conseguirán ese propósito. Es más bien en los laboratorios y las farmacias donde deben centrar su atención los parlamentarios.
Fuente: www.elmercurio.com